Le dijo que no podía imaginar cuánto le amaba. Se lo repitió de nuevo, pero esta vez llorando. Por fin, guardó un dolorido silencio. Él la miraba distante, con gesto de extrañeza. Después contestó muy despacio que, en efecto, era incapaz de imaginarlo.
La besó muchas veces esperando una respuesta que no logró. Después usó cientos de palabras, ya hermosas, ya desgarradas, invocando un amor sublime, mas nada consiguió tampoco. Por fin, la miró con enorme ternura, pero ella continuó ignorando todas sus artes. Derrotado, el conquistador se fue triste. Y cuando ya había comenzado a olvidarla, pero aún la frustración le dolía, descubrió que lo que de verdad había amado en ella era su silencio, y eso lo había obtenido. Dio así por bien empleada la aventura y la olvidó del todo.